viernes, 20 de abril de 2007

No cabe duda que el robo de equipamiento público es una realidad. Esta es una evidencia de la perdida de adoquines de la Alameda Bernardo O' higgins de la ciudad de Rancagua. Muy cerca de la rotonda de la mencionada Avenida un personaje se llevó varios metros cuadrados para el patio de su casa ¡que cara dura!.

Hace un tiempo atrás el robo de cables de cobre aumentó , considerablemente, llegando al punto de dejar poblaciones enteras sin alumbrado público. Estos hechos se convierten en una verdadera mafia que terminan en reducidores dedicados a la compra de chatarra en la ciudad.

Hoy por hoy, la pérdida de tapas de resumideros de aguas lluvias, faroles, discos pares, seda el paso, basureros y hasta juegos para los niños que están en las plazas son robados impunemente por verdaderos delincuentes urbanos sólo para venderlos por unos cuantos pesos.

¿Quién fiscaliza esto?. Los reducidores de estos materiales se establecen sin patentes comerciales, por lo tanto, no están autorizados para funcionar y sus centros de acopios se transforman en reales vertederos industriales, ya que compran todo tipo de residuos.

La ciudad debería establecer parámetros de fiscalización y ordenamiento territorial, para que este tipo de actividades funcionen con los cánones ambientales establecidos.

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